¿Qué busca el espectador medio europeo?

El espectador medio consume más cine estadounidense que europeo. Pero, ¿por qué?

“Cine europeo. Actual. Pff. Qué pereza. Frases que a algunos, desgraciadamente, no nos son extrañas, pues se repiten una y otra vez en cada conversación que compartimos con nuestros amigos siempre que visitamos con ellos la gran pantalla. Por todos es sabido que la mayoría (aún) prefiere ver cine estadounidense: es más vistoso, más caro, y más cercano… aunque no geográficamente, claro.

Las obras extranjeras recaudan de media cuatro veces más que los films nacionales.

Este hábito de dirigirse a las salas de cine que exponen películas estadounidenses y no españolas o europeas no es nada nuevo ni reciente. Esto lo atestigua, entre muchas otras fuentes disponibles en internet, un somero estudio de la evolución del mercado cinematográfico desde el 2002 hasta el 2014, publicado en la página web del Gobierno de España, en el cual queda constatado que las obras extranjeras recaudan de media, cuatro veces más que los films nacionales. Lo mismo ocurre con el número de espectadores, que es cuatro veces inferior en los largometrajes españoles, siendo el año con menor diferencia el 2014, en el cual el cine español obtuvo 22, 41 millones de espectadores, frente a los 65,58 millones del cine extranjero.

Por otra parte, según un artículo de la revista Fotogramas, solo dos de las 10 películas más taquilleras en 2016 en España fueron españolas, y las ocho restantes fueron estadounidenses; Siendo una de estas dos excepciones “Un Monstruo Viene A Verme”, de J.A. Bayona, la cual era una coproducción España-Estados Unidos cuyo elenco era estadounidense de arriba a abajo.

También observaremos que alguna que otra producción europea se ha logrado colar sigilosamente entre los portentosos títulos de producciones americanas

Este año más de lo mismo: si revisamos las listas de “top 50 películas más taquilleras” de cada mes que publica el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, comprobaremos que en lo que llevamos de año, ninguna película europea ha logrado arrebatarle el oro a las producciones estadounidenses. Sin embargo, también observaremos que alguna que otra producción europea se ha logrado colar sigilosamente entre los portentosos títulos de producciones americanas. En Enero, por ejemplo, Contratiempo, una producción española dirigida por Oriol Paulo logra posicionarse en el tercer puesto, con 150 mil espectadores, una cifra considerable, aunque visiblemente inferior a la que obtuvieron sus compañeras en el pódium, Passengers con 211 mil y ¡Canta!, líder, con 250 mil. Esto mismo ocurre en febrero con el largometraje de animación francés Ballerina (221 mil espectadores), que se posiciona en segundo lugar, siguiendo de cerca a Múltiple (222 mil espectadores), y superando a La La Land (196 mil espectadores). Marzo fue un mes flojo para los estrenos estadounidenses pues, pese a que Logan consiguió el liderazgo indiscutible en taquilla con casi 350 mil espectadores, los dos films que lo siguen, cuya taquilla es prácticamente la mitad que la de la última cinta de Lobezno, fueron españoles: Es por tu bien (225 mil espectadores) y El Guardián Invisible (180 mil espectadores). Pareciera, sin embargo que el cine americano se hubiese tomado el mes de marzo para descansar, pues desde entonces, el podio le ha pertenecido por entero todos y cada uno de los meses; lo cual no es de extrañar con títulos de la talla de La Bella y La Bestia, Guardianes de la Galaxia Vol.2, Fast & Furious 8, Piratas del Caribe, Wonder Woman o Gru3: mi villano favorito.

Muchos han achacado este éxito de la cartelera estadounidense en nuestros cines, al doblaje. Postulando que nos hemos acostumbrado demasiado a él y que ahora, escuchar en las obras nacionales un sonido más crudo y voces con mala dicción se nos hace pesado. Además, muchos han propuesto más de una vez que se elimine el doblaje para conseguir que la gente deje de ver tanto contenido extranjero y comience a valorar el nacional. Sin embargo, a pesar de un cambio gradual de tendencia hacia un mayor éxito de las salas en V.O. en las grandes ciudades, y de las series subtituladas, no se ha percibido ningún aumento considerable en las visitas al cine para ver películas españolas, y no digamos europeas. ¿A qué se debe entonces esta reticencia de algunos (y recalco que hablo de un sector de la población, no de todos) a los largometrajes de nuestro continente?

Básicamente es más fácil ventilarse una película estadounidense genérica, que una europea. Eso, que es un hecho como la copa de un pino, se debe a que por lo general, los largometrajes norteamericanos son más sencillos de digerir que los europeos. En mi opinión, se debe a que los filmes americanos, además de relatarnos historias siguiendo una rúbrica que ya nos es familiar y cercana (con finales usualmente felices, héroes arquetípicos y muy apuestos, y siempre ensalzando la bandera de los Estados Unidos de América y su “idílica” forma de vida), dichas historias en cuestión, suelen ser el único mensaje que el film busca trasladar. En otras palabras, normalmente las películas que excreta a un ritmo imparable el país de las animadoras con pompones, la comida basura y la obesidad mórbida, normalmente, buscan contarnos una historia, y sin importar el género del film, NORMALMENTE, dicha historia no lleva implícita otra en sí misma. Y me he cuidado de no ser tajante a través del uso del adverbio que he escrito en mayúsculas en la frase anterior, dado que, por supuesto, hay excepciones en ambos lados: hay películas vacías e irrelevantes en el panorama europeo, muchísimas, y otras verdaderamente profundas en el estadounidense, como lo son La Fuente de la VidaOrígenes, o Circle, pero evidentemente, no es lo habitual.

Si ponemos como ejemplo la película que recibió el Goya a mejor película europea, Elle, protagonizada por una impecable Isabelle Huppert, tal vez consiga explicarme mejor. Elle es un film largo, de más de dos horas, que relata un trauma y las consecuentes medidas que toma la protagonista tras vivirlo. Cuenta una historia curiosa, de forma interesante aunque lenta y tranquila, con personajes oscuros que enmascaran la fealdad de su alma tras una careta de sonrisas falsas y educación extrema. Como si de un diente de ajo se tratase, podemos ir pelando la película, hilvanando conclusiones que podríamos deducir de la misma, sin llegar a saber cuando hemos acabado de pelar el diente de ajo. Me explico, en un primer momento, la película puede aparentar ser una visión crítica de la sociedad que viene a decirnos que las buenas personas sufren y caen, mientras que las frías y las malas siguen adelante y consiguen lo que quieren; aunque, si nos fijamos en el film podemos concluir que también puede querer trasladarnos la moraleja de que nadie es bueno del todo, y de que todos cometen errores y tienen sus fallas; si profundizamos más en nuestra deducción y nos fijamos en otras escenas y momentos del largometraje, podemos concluir que puede estar hablando del perdón, puesto que como todos somos imperfectos, hemos de perdonar los errores ajenos para que los demás perdonen los nuestros… y entre capa y capa de piel de ajo, podríamos seguir así eternamente.

Es esa densidad en la trama, y esa estructura algo más compleja a lo que Hollywood nos tiene acostumbrados, la que provoca la reticencia del espectador medio a ver el cine europeo en general. Esta postura se ve reflejada en el escaso éxito que tienen las películas europeas en Estados Unidos. Viene a colación una cita del personaje de Seth Rogen un una serie ochentera llamada Freaks & Geeks, que murmuraba recostado sobre el capó de su coche cuando su grupo de amigos le proponía ir al cine a ver una película europea: “¿Una peli de esas de leer? (En EEUU se subtitulan los films extranjeros)… ¿De pensar? Paso.”

La razón que condiciona la afluencia a los cines se encuentra fuera de ellos: en las calles, en las casas, en las oficinas, en los colegios…

Sin embargo, no todo se reduce a eso. En mi opinión, pese a que este sea un motivo de peso, no es el motivo que condiciona la balanza a favor del cine estadounidense. Para mí, la razón que condiciona la afluencia a los cines se encuentra fuera de ellos: en las calles, en las casas, en las oficinas, en los colegios… El mundo entero está construido e hilvanado de forma aparentemente automática, y nosotros seguimos la corriente de pensamiento que nos viene rellenada de fábrica como si fuéramos gotitas de agua en un río que se desliza velozmente por su cauce. Si la masa, la multitud intangible de seres humanos a los que no conocemos, afirma que la adaptación de Death Note es horrorosa, por poner un ejemplo reciente, la insultaremos y la aplastaremos aún sin haberla visto, cuando no es más que una readaptación para un público más juvenil, y más americano, similar a tantas otras americanadas que nos hemos tragado a lo largo de nuestra vida. Ni más, ni menos.  Es pues, este río de gotitas el que determina nuestras conversaciones y nuestras interacciones sociales, el que nos condiciona a la hora de escoger la ropa de una tienda u otra y a la hora de elegir una bolsa de patatas con la que acallar el rugido de nuestros impacientes estómagos. Puede parecer que echo balones al aire, pero no es así: las ciudades están infestadas con carteles de los nuevos estrenos estadounidenses, antes de cada video de YouTube, aparece un tráiler de una película estadounidense, se llevan a cabo eventos donde influencers europeos ven en un estreno exclusivo películas estadounidenses, las películas estadounidenses se hacen tan conocidas por la población que se fabrican funkos (muñecos cabezudos) de los protagonistas y se venden a precio de oro, e incluso los talkshows de nuestro país se resignan a invitar a artistas estadounidenses porque saben que nos interesa más el sector del entretenimiento de más allá del charco que el nuestro. Así, este reglamento invisible que nos indica a qué películas aplaudir y a cuáles abuchear, omite el cine europeo, como si no existiese, y populariza el rumor falso entre dicho sector de que este es un tostón soporífero; rumor que nos tragamos con patatas aún sin haber visto ni una sola película europea más allá de la franquicia de Harry Potter. Y así, los medios y las redes (muchas veces con una campaña millonaria sustentándolo), consiguen que ciertos largometrajes se ganen un hueco en nuestra visita mensual a las salas de cine, mientras que otras tantas se ven enterradas entre la multitud de estrenos y nunca llegamos a saber de su existencia.

De cuando en cuando, este muro invisible e intangible que nos guía como si fuésemos borregos, salva alguna que otra peliculilla europea, y como borregos que somos, todos inundamos las salas de cine en las que se proyectaba Lo Imposible, Intouchable y 8 apellidos Vascos.

El cine, a fin de cuentas, para la mayor parte del mundo, es un evento social al que se acude en grupo, y con el fin de que todos pasen un buen rato. Lo habitual es escoger películas simpáticas y americanas que todos vayan a disfrutar seguro, ya que tienen pocas capas de piel de ajo, están dobladas y todos dicen que son “muy buenas”.

Al final, todo se reduce a eso, a la comodidad, al hábito y al apostar por lo seguro. Pero, ¿lo es realmente?

Pablo Díez

Pablo Díez Fernández (Madrid, 1997) es un estudiante de tercer año en la carrera de Cine y Comunicación Audiovisual en la Universidad Camilo José Cela. Es actor de doblaje profesional y, en sus ratos libres, dibujante de cómics satíricos. Su gran afición por el cine le ha empujado a crearse un canal de YouTube en el cual realiza implacables críticas de películas y un blog en el cual plasma sus reflexiones del día a día. En su faceta como escritor, ha sido premiado hasta en dos ocasiones consecutivas en certámenes literarios organizados por su antiguo instituto. Por último, queda añadir que ha colaborado como sonidista y como primer ayudante de dirección en diversos cortometrajes organizados por su universidad.

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